trendemedianoche
Parado, casi inmóvil, como sonámbulo en la mañana de un lunes; y el bendito tren que aún no llegaba. Se me inquietaba el alma, ¿dónde estás, no ves que no quiero verla? Sé que me miraba, sé que lo hacía, sentía su mirada penetrante contra mi piel, contra el aire que mis pulmones respiraban. Me penetraba, le sentía. ¿Por qué no llegas, maldito tren, por qué? No quiero mirarla, no debo, no dejaré que me destruya. Mi mirada roza sutilmente con su figura, ¿en qué estará pensando? Quizás piense en que dejó la estufa encendida, ella es así, olvidadiza. De olvidos y de otras pendejaces, así… olvidadiza, de la misma manera en la que obvió mi existencia. De esa forma en la que pasé a ser olvido, el olvido del amor de mi vida. ¡Felipe, qué buen cabrón eres! Las gotas de sudor comenzaban a correr frenéticas por mi espalda y mi tráquea, que al parecer le dio con joder y cerrarse, dificultaba mi respiración. Tan sólo imaginar que en cualquier momento nuestras miradas cruzarían, que ya no me podría esconder detrás del gentío y su ruido innecesario. ¡El tren ya casi llegaba! Podía sentir las vibraciones en la punta de mis pies, ¿o era que acaso en la parálisis, mi cuerpo temblaba? ¡Ya no recuerdo, ya ni sé! El tiempo parecía estático, tan inmóvil… de la misma manera que mi cuerpo parecía ser un objeto inanimado, una especie de maniquí. Tan sólo pasé a ser un parapléjico de las palabras que jamás logré articularle. Mis ganas de ir corriendo hacia donde ella se encontraba y decirle la inmensidad de su destrucción, de dejarle presa de mis acusaciones. No obstante, opté por ser esclavo de lo que callé, y no ser un persecutor de todas las litigaciones que se podían recoger en su contra. Alcancé a moverme un sólo instante a modo de verificar la hora, las 11:59 pasado meridiano, y el tren que aún no llegaba. Ya no sabía hacia dónde mirar, miraba al horizonte y mi mente que sólo pensaba en mirarla, quizás con un poco de desilusión manchada con rabia. Mi corazón y sus torpes deseos de brincar fuera de mi pecho, tan sólo habían pasado unos seis minutos desde que la vi, desde que noté su ser esperando el mismo tren, en el mismo tranvía. Toda una eternidad si me preguntas, me encontraba vez tras vez, buscándola entre la multitud de personas, pero no me movía, mi ojo aventuraba entre la apertura o cierre de ellos, como quieras llamarle. La admiraba en silencio, en silencio mientras ella compartía sonrisas con él, con el mismo que me robó mi existencia. Soy el olvido de su compañía y la compañía de su soledad. Patéticamente viviendo en la nostalgia de un pasado. Dan las 12:00 a.m. y el tren de media noche que nos tomaba por sorpresa, ¡Por fin llegaba el maldito, luego de hacerme esperar siete minutos! Los siete minutos más largos de mi vida. Gracias a los quince pasos de distancia que manteníamos el uno del otro, abordamos vagones distintos. No sé qué habría sido de mí, de tenerle frente a mí, de verle regalando caricias a la razón de mi olvido. No lo sabría, no lo quiero saber. Ella marchó con su amante de turno, y yo junto a mi soledad y mis míseras penas, de igual forma, no sé si me vio, no sé si realmente la vi… o sí sólo vi lo que quería ver.